CONCURSO DE RELATOS CORTOS DE MIEDO

Discussion in 'Archivo: varios' started by xmex, Oct 27, 2017.

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  1. Maléfica

    Maléfica Leyenda viviente del foro

    Bravo por xmex :inlove: mucha suerte a todos/as :music:
     
  2. sami1958

    sami1958 Conde del foro

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    Pero que lista me está saliendo esta niña
    Como se nota que la enseñé bien !!!!!!

    :inlove::inlove::inlove::inlove::inlove::inlove::inlove:
     
  3. juegodetronos

    juegodetronos Leyenda viviente del foro

    o_Oo_Oo_Oo_O madre mía....es todo tan bueno que es imposible saber qué me gusta más....:cry:

    Ese Bécquer es ese Bécquer ;) y Mister King pues lo mismo;)
    Menos mal que xmex ya premia con 5 puntos los relatos originales (que llevan su curro a los autores/as)...esto me alegra :)...fomentar que escribamos...y fomentar que leamos :)

    Gracias xmex por este hilo :inlove:, gracias a los donantes :inlove:

    MALEEEEE VAYA FIRMAAAAAA , me he quedado o_OxDxDxDxD y el avatar...me encanta :inlove: casi que si me dejas voy a cambiar mi firma (sin que sirva de precedente-.-:p) para animar a las toperas confus:)...que son confus, sí, pero también son toperas de la comunidad hispana...y es bueno tener toperas/os de esta comunidad...vengan del hilo que vengan:inlove:...ayudemos a todos los toperos/as de la comunidad hispana...;)

    No sé la verdad cómo voy a puntuar cuando me toque...voy a tener que definirme con algún criterio :cry:
     
  4. tiopesca

    tiopesca Leyenda viviente del foro

    Buenas! :D
    Tengo 2 historias más, una es una leyenda de Bécquer q me encantó cuando la leí y otra es una historia de Hitchcock.
    La primera no se si la puedo poner ya que otro compañero ya ha posteado una leyenda del mismo autor. Y la otra no se si la puedo poner por el final, no se si resulta adecuado para niños y hay algunos leyendo el foro.
    No quiero participar pensando q me aprovecho de la idea de un compañero o q me llamen la atención por poner algo no adecuado.

    Lo del final se me ocurre q se lo puedo mandar a alguien con más callo q yo en el foro y q me diga si lo pondría o no.
    ¿que os parece?:)
     
  5. xmex

    xmex Comisario del foro

    Te entiendo perfectamente, por eso mismo me alegra ser la organización, porque como no puedo favorecer a ningun participante, no seria justo, yo me excluyo de dar puntos, os dejo todo el "marrón" a los demás..... jeje

    Puedes ponerla sin ningún problema, aunque sea el mismo autor la leyenda es diferente, y lo que vamos a valorar son las historias.....

    No se que historia sera, pero si el final es muy fuerte, intenta suavizarlo un poco, sin quitarle la esencia porfa, Hitchcock es un maestro y no deberíamos mutilar sus historias.... de todas formas, esperemos que juego o algún otr@ con mas experiencia te de su opinión...
     
  6. lagringa65

    lagringa65 Adicto al foro

    Relato numero 3 y último
    (Original)
    "Viaje Al Futuro Terror En El Mas Allá"


    ¿Qué habrá en el mas allá? se preguntaba el joven y esclamaba ¡Como me gustaría viajar al mas allá!
    Hasta que su deseo se convirtió en una obsesión es en lo único que pensaba y es lo único que deseaba.
    Pasaron los meses pero su deseo cada vez era más fuerte hasta que un día… tuvo la presencia de un ser raro que le dijo…yo vengo desde el más allá, vengo desde el futuro…ven…toma mi mano yo haré realidad tu deseo.
    El joven tomó muy fuerte la mano del extraño y viajó al futuro
    No recuerda cuanto tiempo duró ese viaje pero cuando llegó al futuro, lo primero que vio y pisó fueron piedras, le preguntó a su acompañante donde estaban el cual le respondió…estas en el planeta tierra dentro de quinientos años, cuando el joven quiso hacerle otra pregunta porque no entendía nada el personaje desapareció.
    Solo... y en un mundo desconocido comenzó a caminar… sus ojos veían solo piedras, un poco más adelante vio estatuas de piedras con formas de arboles y de aves, el silencio era sepulcral, no había seres humanos, no había plantas, no había aves, no había ríos, no había nada … todo era piedra.
    Después de caminar varios días vio un edificio que decía museo, se dirigió a él de inmediato, cuando comenzó a recorrerlo no podía creer lo que sus ojos veían, en una especie de un gran tubo transparente había agua, leyó el cartelito que decía:
    “No tocar… liquido que permitía la vida en este planeta”
    Siguió recorriendo y allí estaba todo, los últimos especímenes de aves, de mamíferos, de reptiles, de artrópodos, de anfibios… como recuerdo de algo que existió en algún tiempo
    Pero lo más terrible fue cuando llegó al final del largo pasillo que estaba recorriendo, allí había un gran cilindro transparente que contenía los cuerpos de un hombre y una mujer y un cartel que decía:
    “Últimos especímenes macho y hembra pertenecientes a la especie humana”
    El joven aterrado salió corriendo del museo y se topó con un niño que al verlo se alegró ¡La especie humana no había desaparecido!
    Lo abrazó muy fuerte y ese momento se dio cuenta que ese niño era una hojalata llena de sensores...
    Del joven nunca más se supo nada

    Griselda Susana Díaz

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    ¿Relato de ciencia ficción? Quizas...tal vez...no lo se.


     
    Last edited: Oct 29, 2017
  7. Borjia1992

    Borjia1992 Oráculo omnisapiente

    En los cuentos de terror no tenemos que olvidarnos de este gran autor Edgar Allan Poe de su poema El cuervo... y tantos cuentos de terror que le hicieron famoso. Hace años me los leí casi todos y me pasé una gran temporada con el sueño bastante alterado, ahora me dá por la novela histórica;)

    El corazón delator

    Edgar Allan Poe
    ¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
    Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
    Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
    Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ********; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
    Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
    -¿Quién está ahí?
    Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
    Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
    Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
    Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
    Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
    ¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
    Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
    Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
    Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja!
    Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
    Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
    Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
    Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
    Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
    -¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
     
  8. pepitalechuguita

    pepitalechuguita Duque del foro

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    Algunas veces los cambios pueden producir miedo, pero una vida sin cambios es mucho mas terrorífica
    :inlove::inlove::inlove::inlove::inlove:
     
  9. sahagui

    sahagui Embajador del foro

    Lo bueno si breve, dos veces bueno xDxDxDxD
     
  10. tiopesca

    tiopesca Leyenda viviente del foro

    Segundo relato: Maese Perez el organista (Gustavo A. Bécquer)

    En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.
    Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.
    Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche.
    Al salir de la Misa, no pude por menos de decirle a la demandadera con aire de burla:
    —¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez suena ahora tan mal?
    —¡Toma! —me contestó la vieja—, en que ese no es el suyo.
    —¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él?
    —Se cayó a pedazos de puro viejo, hace una porción de años.
    —¿Y el alma del organista?
    —No ha vuelto a parecer desde que colocaron el que ahora les sustituye.
    Si a alguno de mis lectores se les ocurriese hacerme la misma pregunta, después de leer esta historia, ya sabe el por qué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días.
    I
    —¿Veis ese de la capa roja y la pluma blanca en el fieltro, que parece que trae sobre su justillo todo el oro de los galeones de Indias; aquél que baja en este momento de su litera para dar la mano a esa otra señora que, después de dejar la suya, se adelanta hacia aquí, precedida de cuatro pajes con hachas? Pues ese es el Marqués de Moscoso, galán de la condesa viuda de Villapineda. Se dice que antes de poner sus ojos sobre esta dama, había pedido en matrimonio a la hija de un opulento señor; mas el padre de la doncella, de quien se murmura que es un poco avaro... Pero, ¡calle!, en hablando del ruin de Roma, cátale aquí que asoma. ¿Veis aquél que viene por debajo del arco de San Felipe, a pie, embozado en una capa oscura, y precedido de un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al retablo.
    ¿Reparasteis, al desembozarse para saludar a la imagen, la encomienda que brilla en su pecho?
    A no ser por ese noble distintivo, cualquiera le creería un lonjista de la calle de Culebras... Pues ese es el padre en cuestión; mirad cómo la gente del pueblo le abre paso y le saluda.
    Toda Sevilla le conoce por su colosal fortuna. El sólo tiene más ducados de oro en sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el rey Don Felipe; y con sus galeones podría formar una escuadra suficiente a resistir a la del Gran Turco...
    Mirad, mirad ese grupo de señores graves: esos son los caballeros veinticuatros. ¡Hola, hola! También está el flamencote, a quien se dice que no han echado ya el guante los señores de la cruz verde, merced a su influjo con los magnates de Madrid... éste, no viene a la iglesia más que a oír música... No, pues si maese Pérez no le arranca con su órgano lágrimas como puños, bien se puede asegurar que no tiene su alma en su almario, sino friéndose en las calderas de Pero Botero...
    ¡Ay vecina! Malo... malo... presumo que vamos a tener jarana; yo me refugio en la iglesia; pues por lo que veo, aquí van a andar más de sobra los cintarazos que los Paternóster. —Mirad, Mirad; las gentes del duque de Alcalá doblan. la esquina de la Plaza de San Pedro, y por el callejón de las Dueñas se me figura que he columbrado a las del de Medinasidonia. ¿No os lo dije?
    Ya se han visto, ya se detienen unos y otros, sin pasar de sus puestos... los grupos se disuelven... los ministriles, a quienes en— estas ocasiones apalean amigos y enemigos, se retiran... hasta el señor asistente, con su vara y todo, se refugia en el atrio... y luego dicen que hay justicia.
    Para los pobres...
    Vamos, vamos, ya brillan los broqueles en la oscuridad... ¡Nuestro Señor del Gran Poder nos asista! Ya comienzan los golpes...; ¡vecina! ¡vecina!, aquí... antes que cierren las puertas. Pero ¡calle! ¿Qué es eso? Aún no han comenzado cuando lo dejan. ¿Qué resplandor es aquél?... ¡Hachas encendidas! ¡Literas! Es el señor obispo.
    La Virgen Santísima del Amparo, a quien invocaba ahora mismo con el pensamiento, lo trae en mi ayuda... ¡Ay! ¡Si nadie sabe lo que yo debo a esta Señora!... ¡Con cuánta usura me paga las candelillas que le enciendo los sábados!... Vedlo, qué hermosote está con sus hábitos morados y su birrete rojo... Dios le conserve en su silla tantos siglos como yo deseo de vida para mí. Si no fuera por él, media Sevilla hubiera ya ardido con estas disensiones de los duques. Vedlos, vedlos, los hipocritones, cómo se acercan ambos a la litera del prelado para besarle el anillo... Cómo le siguen y le acompañan, confundiéndose con sus familiares. Quién diría que esos dos que parecen tan amigos, si dentro de media hora se encuentran en una calle oscura... es decir, ¡ellos... ellos!... Líbreme Dios de creerlos cobardes; buena muestra han dado de sí, peleando en algunas ocasiones contra los enemigos de Nuestro Señor... Pero es la verdad, que si se buscaran... y si se buscaran con ganas de encontrarse, se encontrarían, poniendo fin de una vez a estas continuas reyertas, en las cuales los que verdaderamente baten el cobre de firme son sus deudos, sus allegados y su servidumbre.
    Pero vamos, vecina, vamos a la iglesia, antes que se ponga de bote en bote... que algunas noches como ésta suele llenarse de modo que no cabe ni un grano de trigo... Buena ganga tienen las monjas con su organista... ¿Cuándo se ha visto el convento tan favorecido como ahora?... De las otras comunidades, puedo decir que le han hecho a Maese Pérez proposiciones magníficas; verdad que nada tiene de extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido montes de oro por llevarle a la catedral... Pero él, nada... Primero dejaría la vida que abandonar su órgano favorito... ¿No conocéis a maese Pérez? Verdad es que sois nueva en el barrio... Pues es un santo varón; pobre, sí, pero limosnero cual no otro... Sin más parientes que su hija ni más amigo que su órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia de la una: y componer los registros del otro... ¡Cuidado que el órgano es viejo!... Pues nada, él se da tal maña en arreglarlo y cuidarlo, que suena que es una maravilla... Como le conoce de tal modo, que a tientas... porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre señor es ciego de nacimiento... Y ¡con qué paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan que cuánto daría por ver, responde: Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas. —¿Esperanzas de ver? —Sí, y muy pronto —añade sonriéndose como un ángel—; ya cuento setenta y seis años; por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios...
    ¡Pobrecito! Y sí lo verá... porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el mundo... Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfa al mismo maestro de capilla de la Primada; como que echó los dientes en el oficio... Su padre tenía la misma profesión que él; yo no le conocí, pero mi señora madre, que santa gloria haya, dice que le llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles. Luego, el muchacho mostró tales disposiciones que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran a la calle de Chicarreros y se las engarzasen en oro... Siempre toca bien, siempre, pero en semejante noche como ésta es un prodigio... él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo... las voces de su órgano son voces de ángeles...
    En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? Baste el ver cómo todo lo demás florido de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharle: y no se crea que sólo la gente sabida y a la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino que hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... y cuando alzan... cuando alzan no se siente una mosca... de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música... Pero vamos, vamos, ya han dejado de tocar las campanas, y va a comenzar la Misa, vamos adentro...
    Para todo el mundo es esta noche Noche—Buena, pero para nadie mejor que para nosotros.
    Esto diciendo, la buena mujer que había servido de cicerone a su vecina, atravesó el atrio del convento de Santa Inés, y codazo en éste, empujón en aquél, se internó en el templo, perdiéndose entre la muchedumbre que se agolpaba en la puerta.
    II
    La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos, chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de las dueñas, vinieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio. Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas de color galoneadas de oro, dejando entrever con estudiado descuido las encomiendas rojas y verdes, en la una mano el fieltro, cuyas plumas besaban los tapices, la otra sobre los bruñidos gavilanes del estoque o acariciando el pomo del cincelado puñal, los caballeros veinticuatros, con gran parte de lo mejor de la nobleza sevillana, parecían formar un muro, destinado a defender a sus hijas y a sus esposas del contacto de la plebe. ésta, que se agitaba en el fondo de las naves, con un rumor parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió en una aclamación de júbilo, acompañada del discordante sonido de las sonajas y los panderos, al mirar aparecer al arzobispo, el cual, después de sentarse junto al altar mayor bajo un solio de grana que rodearon sus familiares, echó por tres veces la bendición al pueblo.
    Era la hora de que comenzase la Misa.
    Transcurrieron, sin embargo, algunos minutos sin que el celebrante apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse, demostrando su impaciencia; los caballeros cambiaban entre sí algunas palabras a media voz, y el arzobispo mandó a la sacristía a uno de sus familiares a inquirir el por qué no comenzaba la ceremonia.
    —Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo, y será imposible que asista esta noche a la Misa de media noche.
    Ésta fue la respuesta del familiar.
    La noticia cundió instantáneamente entre la muchedumbre. Pintar el efecto desagradable que causó en todo el mundo, sería cosa imposible; baste decir que comenzó a notarse tal bullicio en el templo, que el asistente se puso de pie y los alguaciles entraron a imponer silencio, confundiéndose entre las apiñadas olas de la multitud.
    En aquel momento, un hombre mal trazado, seco huesudo y bisojo por añadidura, se adelantó hasta el sitio que ocupaba el prelado.
    —Maese Pérez está enfermo —dijo—; la ceremonia no puede empezar. Si queréis, yo tocaré el órgano en su ausencia; que ni maese Pérez, es el primer organista del mundo, ni a su muerte dejará de usarse este instrumento por falta de inteligente.
    El arzobispo hizo una señal de asentimiento con la cabeza, y ya algunos de los fieles que conocían a aquel personaje extraño por un organista envidioso, enemigo del de Santa Inés, comenzaban a prorrumpir en exclamaciones de disgusto, cuando de improviso se oyó en el atrio un ruido espantoso.
    —¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí!...
    A estas voces de los que estaban apiñados en la puerta, todo el mundo volvió la cara.
    Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba en efecto en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.
    Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.
    —No —había dicho—; ésta es la última, lo conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche sobre todo, la Noche—Buena. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la iglesia.
    Sus deseos se habían cumplido; los concurrentes le subieron en brazos a la tribuna, y comenzó la Misa.
    En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la catedral.
    Pasó el introito y el Evangelio y el ofertorio, y llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y comienza a elevarla.
    Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia; las campanillas repicaron con un sonido vibrante, y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano.
    Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.
    A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un torrente de atronadora armonía.
    Era la voz de los ángeles que atravesando los espacios, llegaba al mundo.
    Después comenzaron a oírse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines; mil himnos a la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, era no más el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de misteriosos ecos, como un jirón de niebla sobre las olas del mar.
    Luego fueron perdiéndose unos cantos, después otros; la combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz... El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la Hostia a los ojos de los fieles. En aquel instante la nota que maese Pérez sostenía trinando, se abrió, se abrió, y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido, y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.
    De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde, se desarrolló un tema; y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquéllos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban cada cual en su idioma un himno al nacimiento del Salvador.
    La multitud escuchaba atónica y suspendida. En todos los ojos había una lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento.
    El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquél que levantaba en ellas, Aquél a quien saludaban hombres y arcángeles era su Dios, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la Hostia.
    El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de mujer.
    El órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo.
    La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.
    —¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —se decían unos a otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.
    —¿Qué ha sido eso? —preguntaban las damas al asistente, que precedido de los ministriles, fue uno de los primeros a subir a la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.
    —¿Qué hay?
    —Que maese Pérez acaba de morir.
    En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.
    III
    —Buenas noches, mi señora doña Baltasara, ¿también usarced viene esta noche a la Misa del Gallo? Por mi parte tenía hecha intención de irla a oír a la parroquia; pero lo que sucede... ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. Y eso que, si he de decir la verdad, desde que murió maese Pérez parece que me echan una losa sobre el corazón cuando entro en Santa Inés... ¡Pobrecito! ¡Era un Santo!... Yo de mí sé decir que conservo un pedazo de su jubón como una reliquia, y lo merece..., pues, en Dios y en mi ánima, que si el señor arzobispo tomara mano en ello, es seguro que nuestros nietos le verían en los altares... Mas ¡cómo ha de ser!... A muertos y a idos, no hay amigos... Ahora lo que priva es la novedad... ya me entiende usarced. ¡Qué! ¿No sabe nada de lo que pasa? Verdad que nosotras nos parecemos en eso: de nuestra casita a la iglesia, y de la iglesia a nuestra casita, sin cuidarnos de lo que se dice o déjase de decir...; sólo que yo, así... al vuelo... una palabra de acá, otra de acullá... sin ganas de enterarme siquiera, suelo estar al corriente de algunas novedades.... Pues, sí, señor; parece cosa hecha que el organista de San Román, aquel bisojo, que siempre está echando pestes de los otros organistas; perdulariote, que más parece jifero de la puerta de la Carne que maestro de solfa, va a tocar esta Noche—Buena en lugar de Maese Pérez. Ya sabrá usarced, porque esto lo ha sabido todo el mundo y es cosa pública en Sevilla, que nadie quería comprometerse a hacerlo. Ni aun su hija, que es profesora, y después de la muerte de su padre entró en el convento de novicia. Y era natural: acostumbrados a oír aquellas maravillas, cualquiera otra cosa había de parecernos mala, por más que quisieran evitarse las comparaciones. Pues cuando ya la comunidad había decidido que, en honor del difunto y como muestra de respeto a su memoria, permanecería callado el órgano en esta noche, hete aquí que se presenta nuestro hombre, diciendo que él se atreve a tocarlo... No hay nada más atrevido que la ignorancia... Cierto que la culpa no es suya, sino de los que le consienten esta profanación...; pero así va el mundo... y digo... no es cosa la gente que acude... cualquiera diría que nada ha cambiado desde un año a otro. Los mismos personajes, el mismo lujo, los mismos empellones en la puerta, la misma animación en el atrio, la misma multitud en el templo... ¡Ay si levantara la cabeza el muerto! Se volvía a morir por no oír su órgano tocado por manos semejantes. Lo que tiene que, si es verdad lo que me han dicho las gentes del barrio, le preparan una buena al intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano sobre las teclas, va a comenzar una algarabía de sonajas, panderos y zambombas que no hay más que oír... Pero, ¡calle!, ya entra en la iglesia el héroe de la función. ¡Jesús, qué ropilla de colorines, qué gorguera de cañutos, qué aire de personaje! Vamos, vamos, que ya hace rato que llegó el arzobispo, y va a comenzar la Misa...; vamos, que me parece que esta noche va a darnos que contar para muchos días.
    Esto diciendo la buena mujer, que ya conocen nuestros lectores por sus ex abruptos de locuacidad, penetró en Santa Inés, abriéndose, según costumbre un camino entre la multitud a fuerza de empellones y codazos.
    Ya se había dado principio a la ceremonia.
    El templo estaba tan brillante como el año anterior.
    El nuevo organista, después de atravesar por en medio de los fieles que ocupaban las naves para ir a besar el anillo del prelado, había subido a la tribuna, donde tocaba unos tras otros los registros del órgano, con una gravedad tan afectada como ridícula.
    Entre la gente menuda que se apiñaba a los pies de la iglesia se oía un rumor sordo y confuso, cierto presagio de que la tempestad comenzaba a fraguarse y no tardaría mucho en dejarse sentir.
    —Es un truhán, que por no hacer nada bien, ni aun mira a derechas —decían los unos.
    —Es un ignorantón que, después de haber puesto el órgano de su parroquia peor que una carraca, viene a profanar el de maese Pérez —decían los otros.
    Y mientras éste se desembarazaba del capote para prepararse a darle de firme a su pandero, y aquél apercibía sus sonajas, y todos se disponían a hacer bulla a más y mejor, sólo alguno que otro se aventuraba a defender tibiamente al extraño personaje, cuyo porte orgulloso y pendantesco hacía tan notable contraposición con la modesta apariencia y la afable bondad del difunto maese Pérez.
    Al fin llegó el esperado momento, el momento solemne en que el sacerdote, después de inclinarse y murmurar algunas palabras santas, tomó la Hostia en sus manos... Las campanillas repicaron, semejando su repique una lluvia de notas de cristal; se elevaron las diáfanas ondas de incienso, y sonó el órgano.
    Una estruendoso algarabía llegó los ámbitos de la iglesia en aquel instante y ahogó su primer acorde.
    Zampoñas, gaitas, sonajas, panderos, todos los instrumentos del populacho, alzaron sus discordantes voces a la vez; pero la confusión y el estrépito sólo duró algunos segundos. Todos a la vez, como habían comenzado, enmudecieron de pronto.
    El segundo acorde, amplio, valiente, magnífico, se sostenía aún brotando de los tubos de metal del órgano, como una cascada de armonía inagotable y sonora.
    Cantos celestes como los que acarician los oídos en los momentos de éxtasis; cantos que percibe el espíritu y no los puede repetir el labio; notas sueltas de una melodía lejana, que suenan a intervalos traídas en las ráfagas del viento; rumor de hojas que se besan en los árboles con un murmullo semejante al de la lluvia; trinos de alondras que se levantan gorjeando de entre las flores como una saeta despedida a las nubes; estruendos sin nombre, imponentes como los rugidos de una tempestad; coros de serafines sin ritmo ni cadencia, ignota música del cielo que sólo la imaginación comprende; himnos alados, que parecían remontarse al trono del Señor como una tromba de luz y de sonidos... todo lo expresaban las cien voces del órgano, con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color que lo habían expresado nunca.
    Cuando el organista bajó de la tribuna, la muchedumbre que se agolpó a la escalera fue tanta y tanto su afán por verle y admirarle, que el asistente, temiendo, no sin razón, que le ahogaran entre todos, mandó a algunos de sus ministriles para que, vara en mano, le fueran abriendo camino hasta llegar al altar mayor, donde el prelado le esperaba.
    —Ya veis —le dijo este último cuando le trajeron a su presencia; vengo desde mi palacio aquí sólo por escucharos. ¿Seréis tan cruel como maese Pérez, que nunca quiso excusarme el viaje, tocando la Noche—Buena en la Misa de la catedral?
    —El año que viene —respondió el organista—, prometo daros gusto, pues por todo el oro de la tierra no volvería a tocar este órgano.
    —¿Y por qué? —interrumpió el prelado.
    —Porque... —añadió el organista, procurando dominar la emoción que se revelaba en la palidez de su rostro— porque es viejo y malo, y no puede expresar todo lo que se quiere.
    El arzobispo se retiró, seguido de sus familiares. Unas tras otras, las literas de los señores fueron desfilando y perdiéndose en las revueltas de las calles vecinas; los grupos del atrio se disolvieron, dispersándose los fieles en distintas direcciones; y ya la demandadera se disponía a cerrar las puertas de la entrada del atrio, cuando se divisaban aún dos mujeres que, después de persignarse y murmurar una oración ante el retablo del arco de San Felipe, prosiguieron su camino, internándose en el callejón de las Dueñas.
    —¿Qué quiere usarced, mi señora doña Baltasara? —decía la una—, yo soy de este genial. Cada loco con su tema... Me lo habían de asegurar capuchinos descalzos y no lo creería del todo... Ese hombre no puede haber tocado lo que acabamos de escuchar... Si yo lo he oído mil veces en San Bartolomé, que era su parroquia, y de donde tuvo que echarle el señor cura por malo, y era cosa de taparse los oídos con algodones... Y luego, si no hay más que mirarle al rostro, que según dicen, es el espejo del alma... Yo me acuerdo, pobrecito, como si lo estuviera viendo, me acuerdo de la cara de maese Pérez, cuando en semejante noche como ésta bajaba de la tribuna, después de haber suspendido al auditorio con sus primores... ¡Qué sonrisa tan bondadosa, qué color tan animado!... Era viejo y parecía un ángel... no que éste ha bajado las escaleras a trompicones, como sí le ladrase un perro en la meseta, y con un color de difunto y unas... Vamos mi señora doña Baltasara, creame usarced, y creame con todas veras... yo sospecho que aquí hay busilis...
    Comentando las últimas palabras, las dos mujeres doblaban la esquina del callejón y desaparecían.
    Creemos inútil decir a nuestros lectores quién era una de ellas.
    IV
    Había transcurrido un año más. La abadesa del convento de Santa Inés y la hija de maese Pérez hablaban en voz baja, medio ocultas entre las sombras del coro de la iglesia. El esquilón llamaba a voz herida a los fieles desde la torre, y alguna que otra rara persona atravesaba el atrio, silencioso y desierto esta vez, y después de tomar el agua bendita en la puerta, escogía
    un puesto en un rincón de las naves, donde unos cuantos vecinos del barrio esperaban tranquilamente que comenzara la Misa del Gallo.
    —Ya lo veis —decía la superiora—, vuestro temor es sobremanera pueril; nadie hay en el templo; toda Sevilla acude en tropel a la catedral esta noche. Tocad vos el órgano y tocadle sin desconfianza de ninguna clase; estaremos en comunidad... Pero... proseguís callando, sin que cesen vuestros suspiros. ¿Qué os pasa? ¿Qué tenéis?
    —Tengo... miedo —exclamó la joven con un acento profundamente conmovido.
    —¡Miedo! ¿De qué?
    —No sé... de una cosa sobrenatural... Anoche, mirad, yo os había oído decir que teníais empeño en que tocase el órgano en la Misa, y ufana con esta distinción pensé arreglar sus registros y templarle, al fin de que hoy os sorprendiese... Vine al coro... sola... abrí la puerta que conduce a la tribuna... En el reloj de la catedral sonaba en aquel momento una hora... no sé cuál... Pero las campanas eran tristísimas y muchas... muchas... estuvieron sonando todo el tiempo que yo permanecí como clavada en el dintel, y aquel tiempo me pareció un siglo.
    La iglesia estaba desierta y oscura... Allá lejos, en el fondo, brillaba como una estrella perdida en el cielo de la noche una luz muribunda... la luz de la lámpara que arde en el altar mayor... A sus reflejos debilísimos, que sólo contribuían a hacer más visible todo el profundo horror de las sombras, vi... le vi, madre, no lo dudéis, vi a un hombre que en silencio y vuelto de espaldas hacia el sitio en que yo estaba recorría con una mano las teclas del órgano, mientras tocaba con la otra sus registros... y el órgano sonaba; pero sonaba de una manera indescriptible. Cada una de sus notas parecía un sollozo ahogado dentro del tubo de metal, que vibraba con el aire comprimido en su hueco, y reproducía el tono sordo, casi imperceptible, pero justo.
    Y el reloj de la catedral continuaba dando la hora, y el hombre aquel proseguía recorriendo las teclas. Yo oía hasta su respiración.
    El horror había helado la sangre de mis venas; sentía en mi cuerpo como un frío glacial y en mis sienes fuego... Entonces quise gritar, pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y me había mirado.., digo mal, no me había mirado, porque era ciego... ¡Era mi padre!
    ¡Bah!, hermana, desechad esas fantasías con que el enemigo malo procura turbar las imaginaciones débiles... Rezad un Paternóster y un Avemaría al arcángel San Miguel, jefe de las milicias celestiales, para que os asista contra los malos espíritus. Llevad al cuello un escapulario tocado en la reliquia de San Pacomio, abogado contra las tentaciones, y marchad, marchad a ocupar la tribuna del órgano; la Misa va a comenzar, y ya esperan con impaciencia los fieles... Vuestro padre está en el cielo, y desde allí, antes que daros sustos, bajará a inspirar a su hija en esta ceremonía solemne, para el objeto de tan especial devoción.
    La priora fue a ocupar su sillón en el coro en medio de la Comunidad. La hija de maese Pérez abrió con mano temblorosa la puerta de la tribuna para sentarse en el banquillo del órgano, y comenzó la Misa.
    Comenzó la Misa y prosiguió sin que ocurriese nada de notable hasta que llegó la consagración. En aquel momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el órgano un grito de la hija de maese Pérez.
    La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron a la tribuna.
    ¡Miradle! ¡Miradle! —decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.
    Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo, y no obstante, el órgano seguía sonando... sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo.
    —¡No os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!... ¡Aquí hay busilis! Oídlo; ¡qué!, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho y con razón una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento... y ¿para qué?, para oír una cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... —Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira... aquí hay busilis, y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez
     
  11. juegodetronos

    juegodetronos Leyenda viviente del foro

    Jopé...Poe...otro grande...y Maese Hitchcock...:cry::cry::cry::cry: cada vez más difícil

    gringa...eres un talento...ya sabemos que escribes porque has tenido a bien publicar en el foro creaciones tuyas...y este relato tuyo...me ha gustado mucho o_O...original...y encima si hay algo hoy en día que me causa terror es...precisamente hacia dónde va la especie humana :wuerg:...en algunas cosas...me recuerda a Inteligencia Artificial :cry::cry::cry::cry: Felicidades :)
     
  12. lagringa65

    lagringa65 Adicto al foro

    Gracias por resaltar este tema, escribo mucho al respecto porqué creo que es algo que deberia causar terror a toda nuestra especie que es la única que puede revertir la situacion
     
  13. juegodetronos

    juegodetronos Leyenda viviente del foro

    Sí...por eso tu relato me ha causado miedoo_O...de eso va el concurso:)...Un Mundo Feliz:music:....está en el hilo de chou sobre libros...me ha llamado mucho la atención esta historia, además del valor de ser original tuya...:) Me ha encantado aterrorizarme xDxDxDxD gracias por este relato gringa :)...me ha impresionado, la verdad o_O
     
  14. xmex

    xmex Comisario del foro

    Madre mía gringa.... pero como escribes, que gusto da leerte.... y que envidia.... yo soy muy negada escribiendo, pero leyendo todo lo que ponéis disfruto una barbaridad.....
    Poe.... suscribo a juego.... otro grande.... cada vez que pienso en el, me viene la imagen de un cuervo y su famosa frase "nunca mas"....

    Que concurso mas reñido vamos a tener.... jajajaja... solo pensar lo que os va a costar decidir.... os lo voy a poner fácil.... los relatos de la organización (de momento solo uno, pero habrá mas) NO entran en concurso.... los demás todos y cada uno de ellos.... jajajaja.... y que no se me escaquee nadie.... voy a vigilar que votéis todos.... jajajajajaj
     
  15. lagringa65

    lagringa65 Adicto al foro

    Todos llevamos un poeta o un escritor adentro,El poeta es el que expresa sus sentimientos con rimas, y el escritor se basa en hechos reales o imaginarios
    Solo hay que esperar a que fluya naturalmente ,aunque digamos yo no puedo en algun momento aparece
     
  16. juegodetronos

    juegodetronos Leyenda viviente del foro

    -Hay "negros" (que no se me malinterprete, se llama así al que tiene capacidad de redactar lo que otro le encarga...)
    -Hay cosas dignas ser contadas/inventadas...y aquí todos las tenemos...todos somos escritores en potencia...pero...igual que no todos podemos ser ni cirujanos, ni albañiles, ni fontaneros...las dotes de saber transmitir las tenemos o no...una gran historia que no se sabe contar, no existe...una tontería cualquiera en la pluma de un grande es un éxito...
    -Y luego ya está el BINGO: un/una grande que sabe contar una gran historia...y hasta una pequeña historia...y consigue llegar

    Pero ni aspiramos a tener grandes historias ni a ser grandes escritores/as...con saber leer a los grandes y difundirlos y con atrevernos a publicar nuestro relato...ya hemos ganado...:)...en mi opinión...y el foro gana...:)

    Por eso me encanta este hilo, y el de libros, y los relatos originales :inlove:...y todo...

    Y si descubrimos a foreros/as con este talento...UN APLAUSO :inlove:
     
  17. tiopesca

    tiopesca Leyenda viviente del foro

    Tercer relato y último

    La última fuga (Alfred Hitchcock presenta T1 cap08 contado a mi manera, no considerarlo relato original

    La señora Avarez se había metido en un gran lío, era esa clase de personas que quiere a otras por interés, en este caso el dinero de su marido. El problema de la Sra. Avarez era que su marido gozaba de una salud estupenda y se resistía a abandonar este mundo dejándole a ella su inmensa fortuna. Así que ella aceleró los trámites.
    La policía la descubrió y la llevo ante la justicia. Cómo la Sra. Avarez era muy bravucona, cuando el juez la sentencio a prisión empezó a insultarlo, entonces su abogado le dijo que hacía mejor en callarse para no empeorar la situación. La Sra. Avarez que no quiere ir a prisión pide una apelación toda enfadada a lo que su abogado le contesta que ya no es posible apelar más, que la sentencia es firme y que ya no tiene ni un solo musgopenique más.
    La Sra. Avarez va a prisión a cumplir su condena de 20 años sabiéndose en la ruina.
    De camino al presidio, justo antes de llegar ve a un hombre de color, anciano ya, enterrando un cadáver.
    Al llegar al presidio tiene que entregar todas sus pertenencias, incluido un mechero muy preciado para ella. Es uno de esos mecheros Zippo de oro con grabado, pero el guardia de la cárcel no le deja quedárselo. Le dan su uniforme de presidiaria y la conducen a su celda.
    Al cerrarse la puerta un escalofrío le recorre la espalda y con ira tira sus cosas en una litera.
    - Esa es mi litera desde hace más de 30 años.
    Al escuchar esa voz se da cuenta de que no está sola en la celda. Con ella hay una anciana que había sido condenada a cadena perpetua.
    - Yo hago lo que quiero, y saldré de aquí mucho antes que tú. Respondió la Sra. Avarez con altivez
    - Esa chulería no le va a gustar nada a Guarripei. Ya lo veras, te traerá problemas con ella. O si muchos problemas.
    A la mañana siguiente, la Sra. Avarez se va a buscar a Guarripei, pues sabe que es la que manda en su nuevo hogar.
    - Quiero que me ayudes a salir de aquí. Le dice la SraAvarez a Guarripei.
    - Pero tú quien te has creído, mona. Las cosas no funcionan así. Le contesta Guarripei mientras se enciende un cigarrillo con el mechero de la Sra. Avarez.
    - Devuelvemé mi mechero, ¿de donde lo has sacado? Dice la Sra. Avarez mientras intenta quitárselo a Guarripei.
    Esto enfurece a Guarripei que termina pegando a la Sra. Avarez. Ante el ruido de la pelea aparecen los guardias que las separan y llevan a la Sra. Avarez ante el alcaide.
    - Necesito que me deje salir, no aguantaré con vida 20 años aquí encerrada. Guarripei me matará, haga algo por favor.
    - Está bien, la cambiaré de modulo a uno de baja seguridad. Pero allí sólo van las reclusas de confianza y con mi única recomendación. Un solo error y volverá a su modulo con Guarripei. Dijo el alcaide.
    Al día siguiente es conducida a trabajar al servicio de lavandería de la prisión donde tiene que cargar camiones con carros llenos de bolsas con ropa sucia y descargar otros con ropa limpia.
    Durante el servicio se fija en que el viejo enterrador está trabajando y se acerca a hablar con el. Este le cuenta que todo el mundo le llama “matasanos” porque es el encargado de cuidar a los enfermos y de enterrarlos cuando fallecen.
    Avarez se da cuenta de que “matasanos” lleva unas gafas muy gruesas y de que no ve bien. Al preguntarle este le dice que tiene cataratas y que tiene que operarse pero que el no tiene dinero para pagar la operación y que se lo ha solicitado al sistema de penitenciaría para ver si se lo conceden así operarse.
    A los pocos días de trabajar allí, en un descuido de los guardias se esconde entre los sacos de ropa sucia para intentar escapar. Pero un carro vacío que no ha sido entregado la delata haciendo que uno de los guardias revise el camión encontrándola bajo los sacos.
    - Un solo error dije, vas a pasar un mes en una celda de aislamiento y luego volverás al módulo de máxima seguridad. Sentenció el alcaide.
    Al pasar el mes volvió a su antiguo módulo donde la estaba esperando Guarripei.
    - Tenemos cuentas pendientes Avarez, ya nos veremos. Dijo Guarripei
    Al día siguiente Guarripei la estaba esperando para darle una paliza. Así que Avarez termina en la enfermería. Donde la atiende el bueno de “matasanos”
    -Donde estoy?, mi cara, me duele.
    - No te la toques se curará. Haz me caso. Dijo “matasanos” mientras se quita las gafas para frotarse los ojos dejándolas sobre la mesilla.
    - Tus ojos, están peor? Pregunta Avarez
    - Si van empeorando pero todavía no me han dado respuesta a la solicitud de la operación.
    -Matasanos la carta que estas esperando! Grita la que reparte el correo.
    Matasanos va hacia el mostrador y coge la carta, pero al ir a leerla se da cuenta de que no lleva las gafas puesta. Esto es aprovechado por Avarez que se levanta de la cama cogiendo las gafas y tendiéndoselas a “matasanos” le dice:
    - Ten toma tus gafas para que puedas leer la carta.
    Pero al acercárselas se las deja caer de las manos haciendo creer al pobre “matasanos” que ha sido un accidente.
    - OH! Vaya se han roto, si quieres puedo leerte yo la carta.
    - No te preocupes ha sido un accidente, tu no has tenido la culpa. Léeme la carta por favor.
    Avarez coge la carta y la lee en silencio dándose cuenta de que le han concedido la operación a “matasanos”
    - Bueno, que dice la carta?
    - Cuanto lo siento “matasanos” no te han concedido la operación.
    - Que más esperan de mi? Después de 40 años trabajando yo no les importo. Les da igual si me quedo ciego. Se lamenta “matasanos”
    - Yo podría ayudarte si quieres, tengo mucho dinero y no me importaría pagarte la operación de cataratas. Pero tienes que ayudarme a escapar de aquí.
    - En que has pensado Avarez.
    - Veras, la próxima vez que alguien muera yo podría esconderme en su ataúd. Luego me entierras como haces siempre y cuando todo esté más tranquilo me rescatas.
    - Estás loca! No podrás respirar. Dijo “matasanos”
    - Sólo serán un par de horas, puede hacerse sin peligro.
    - De acuerdo, te conseguiré una llave, cuando las campanas toquen a muerto, iras donde los ataúdes y te meterás en el. Cerrarás la tapa y luego yo te desenterraré.
    A los pocos días las campanas tocan a difunto, así que Avarez sale de su celda y se dirige al sitio acordado. Al principio le da miedo meterse en el ataúd, pero escucha al guardia que hace la ronda y deprisa y corriendo se mete dentro cerrando la tapa. Al poco tiempo escucha como se la llevan para enterarla. Escucha la tierra cayendo sobre el ataúd.
    Cuando todo queda en silencio, empieza a reírse pensando en la cara que pondrán cuando se den cuenta de que se ha escapado. El tiempo pasa.
    - Donde estás “matasanos”? Dichoso viejo cuanto tarda. Dice para sí cada vez más impaciente.
    - Ja, ja, ja. Que fácil fue engaña al pobre viejo.
    Cada vez queda menos aire y está más nerviosa.
    - Dónde están las cerillas? Dice mientras rebusca en unos de sus bolsillos.
    Enciende el fósforo y se gira con cuidado para ver quien está con ella.
    -AAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!
    “Matasanos” no llega tarde, ha estado todo el tiempo con ella. Justo debajo de ella.

    Merece la pena ver el capítulo, pero no lo hagaís hasta haber votado por favor. Gracias
     
  18. xmex

    xmex Comisario del foro

    Voy a recordar el tema de las votaciones.... se daran 3, 2 y 1 punto
    Cada sponsor puede votar 2 veces y cada escritor que haya puesto relato puede votar 1 sola vez, independientemente de los relatos que haya presentado a concurso. Si eres sponsor y concursante puedes votar un total de 3 veces. Cada vez repartiendo 3, 2 y 1 punto
     
  19. tiopesca

    tiopesca Leyenda viviente del foro

    Tengo una duda, voy a ser mala :p;)
    ¿podemos votarnos a nosotros mismos? :music:xDxDxDxDxD
     
  20. juegodetronos

    juegodetronos Leyenda viviente del foro

    o_OxDxDxDxDxDxDxDxD



    vale...menos mal que puedo repartir, que esto está más crudo que el carpaccio de buey :pxDxDxDxD

    Tengo 3 opciones de voto (dos como sponsor y una por la calabaza despistada que me inventé:p)

    Así que tengo:
    3 votos de 3 puntos
    3 votos de 2 puntos
    3 votos de 1 punto

    Pues menos mal...porque voy a necesitar cada punto para repartir...que esto lo veo difícil...:cry:

    Voy publicando mi criterio...el mío...:) para que se sepa cómo voy a asignar mis puntos...los míos...
    - El hilo va de MIEDO...a cada uno/a le dan miedo diferentes cosas :eek:...a mí el futuro es lo que me da más miedo...realmente...el futuro que puede tocar a los míos...-.-
    - Si lo que a mí me da miedo, encima es original...pues a más a más o_O
    - A falta de lo anterior...o empate entre lo anterior...lo original bien redactado lo primaré ;)...porque escritores/as noveles del foro me apetece primarles :inlove:

    Ale, que estoy viendo Ghost y me pongo :cry::cry::cry::cry:
     
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